29 jun 2011

Día 17: Las Vegas sin neón.

Por la mañana temprano nos hemos decidido a salir a la calle para visitar todos los casinos que pudiésemos y ver cómo es esta ciudad sin su disfraz de neón. Creíamos que madrugando nos libraríamos del calor, pero el sol no tiene piedad en el desierto de Nevada.


A la luz del día hay varias cosas que saltan a la vista. La primera es que en Las Vegas nada tiene sentido de la mesura, todo tiene una escala descomunal y la arquitectura nos ofrece una virguería tras otra. La segunda es que el sentido del gusto es más que discutible en la mayoría de los complejos, sobretodo en los hoteles temáticos, donde se amontonan caóticamente los iconos de la ciudad que representan. Especialmente aberrantes me han parecido el Caesars Palace y el París. Luego están los más clásicos, como el Bellagio o el Montecarlo, con diseños mas elegantes.



El primero al que hemos entrado, tras caminar hasta el extremo del Strip, ha sido el Luxor, una reproducción de la pirámide de Keops cuyo interior es espectacular. Ahí hemos empezado a darnos cuenta que los casinos, visto uno por dentro, vistos todos. No por la ambientación, que dependiendo del hotel puede ir desde una reproducción del gran canal de Venecia hasta un castillo medieval, sinó por la distribución: entres por donde entres, acabas en mitad del casino. De hecho para encontrar la recepción de los hoteles, casi siempre tienes que pasar por él. Otra cosa en común es que en todos ellos hay bastante gente jugando a todas horas: mañana, tarde y noche. Hasta en los bares se puede seguir jugando mientras te tomas algo, ya que en la barra hay instaladas tragaperras delante de cada taburete.


Otra cosa que hemos aprendido hoy es cómo evitar el calor: En lugar de caminar por la calle, hay que caminar por dentro de los casinos. La mayoría de ellos están enlazados con pasarelas, algunas con aire acondicionado, así que puedes entrar por el Luxor, cruzar el Excálibur y salir por el New York sin pisar la calle. Y en los que esto no es posible, pues se entra por una punta y se sale por la otra. Eso sí, tanto fuera como dentro, hay algo casi tan agobiante como el sol: los relaciones públicas. A mí personalmente no me gusta que me paren cada dos minutos para "invitarme" a shows nocturnos, ver el gran cañón, jugar "gratis", etc... Son muy pesados.


Si tuviera que resumir nuestra experiencia en Las Vegas, lo único que podría decir es que no es una ciudad que esté hecha para nosotros. Para pasarlo bien aquí hay que cumplir alguna de éstas condiciones: ser adolescente y/o soltero, venir con un grupo de amigotes y sobretodo, tener muchas ganas de tirar el dinero, ya sea jugando en los casinos, ya sea en las carísimas tiendas de lujo que están en todas partes. Como simple espectador, no me arrepiento de haber venido, ya que pasando tan cerca era algo que teníamos que ver, y hemos alucinado con muchas cosas, pero al contrario que Chicago, que nos enamoró, dudo que volvamos a pisar Las Vegas.

El Venetian:

El hotel donde nos hemos alojado se merece un apartado propio. La reproducción del gran canal de Venecia está muy conseguida, y es agradable perderse por las callejuelas de esta mini ciudad. Las góndolas pasean a los turistas por el módico precio de 16$, mientras el gondolero destroza sin piedad cualquier canción italiana.
Quizá para hacerlo mas realista deberían descuidar un poco la asepsia imperante y dejar de limpiar por una temporada, ya que dudo que en la vida hayan estado tan limpios las calles y los canales de la auténtica Venecia.


Sobre el resto del hotel, igual que los demás. Es enorme, está hecho para perderse en él, es caro y el lujo se combina con el petardeo sin solución de continuidad. Igual estás pisando un mosaico en el suelo de auténtico mármol, como tocando una magnífica estatua de fibra de vidrio que suena a hueco.

 
Aún así, de todo lo que hemos visto, el nuestro tiene pinta de ser de los mejores y de hecho nos hemos pasado toda la tarde al fresquito de los canales y reponiendo fuerzas para retomar mañana la Ruta 66. Ya estamos empezando a pensar que echaremos de menos la rutina nómada cuando volvamos a casa. Preparar la etapa, programar el Ton-Torrón, los check-ins y los check-outs, la carretera, los waffles para desayunar... Y es que ya solamente nos quedan 3 días para ver las playas del pacífico y que este viaje se acabe, y aunque echamos de menos a la familia, a los colegas, a las tortugas y yo personalmente me muero de ganas de tocar la guitarra, la experiencia de este viaje no la vamos a olvidar nunca.



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