28 jun 2011

Día 16: Williams - Las Vegas

Son casi las 2 de la mañana y estamos en Las Vegas, en una habitación donde cabrían nuestra cocina, nuestro comedor, el lavadero, el cuarto de baño y la terraza; en un hotel de 7.000 habitaciones y en el que para llegar desde el coche a nuestra habitación hay que caminar casi un kilómetro, pasando por 2 ascensores, un casino, y dos controles de seguridad.

Acabo de leerme la entrada de ayer sobre el Gran Cañón y me cuesta creer que hace solamente un día, estábamos perdidos en mitad de la naturaleza. Pero antes de llegar a Las Vegas, hemos recorrido muchas millas y vistos algunas cosas que también hay que contar.


Seligman:

El pequeño pueblo de Seligman empezó a morirse, como tantos otros, cuando la I-40 sustituyó a la 66 y los viajeros ya no tenían que cruzarlo para llegar a California. Éste hubiera sido su destino de no ser por los esfuerzos de un viejo barbero, Juan Delgadillo. Él ha sido uno de los principales impulsores de la recuperación de la Ruta 66 como intinerario histórico, y hoy en día, tanto su barbería como Seligman entero están dedicados a su promoción, con un look retro muy guapo y muchos detalles que hacen que merezca la pena pararse un momento y darse una vuelta.


De camino al pueblo, nos hemos encontrado con varios anuncios de Burma Shave, una antigua marca de espumas de afeitar. Estos anuncios, que se han recuperado expresamente para la ambientación de Seligman, consistían en una serie de varios carteles colocados al lado de la carretera y que formaban un mensaje de tipo humorístico, o una advertencia de tráfico, por ejemplo.


Entre Seligman y Hackberry hay otra parada obligatoria, la Hackberry General Store. Otra de esas tiendas de souvenirs en las que uno se puede tirar un buen rato mirando la infinidad de curiosidades que cuelgan de sus paredes, desde billetes firmados por los viajeros de todo el mundo, a fotografías de actores míticos, chapas, matrículas...



Al final, a la altura de Kingman hemos abandonado la 66 para desviarnos algo mas al norte, a Las Vegas, Nevada.

La presa Hoover:

De camino a Las Vegas hay que pasar por la presa Hoover, así que hemos aprovechado para hacer una pequeña parada. Lo primero que se me ha pasado por la cabeza al estar ahí es "me la imaginaba més gran". Es una presa grande, pero tampoco es TAN grande para la fama que tiene. A nosotros nos ha impresionado mucho más el enorme puente que han hecho para aliviar el tránsito sobre la presa, que la presa en sí.


La parada nos ha servido para recibir el primer bofetón del calor tan bestia que hace hoy: 113º Farenheit, o lo que es lo mismo, 45º de los nuestros y sin gota de aire. Es brutal el cambio de temperatura de una zona a otra. No es el único cambio brutal del día.

Las Vegas:

A lo mejor es porque llevamos dos semanas muy a gusto en la 66, con sus pequeños pueblos y carreteras desiertas, pero la primera impresión de Las Vegas ha sido de agobio total. Sus calles, de seis carriles en cada sentido, están atestadas de coches y de gente. El calor, ya lo hemos dicho antes, de sauna pura y dura. Los casinos se amontonan a los lados del Strip, la calle principal de la ciudad, de forma caótica. A la derecha la Torre Eiffel se alza sobre el museo del Louvre y a la izquierda, tanto se puede ver la estatua de la libertad o una reproducción de la Roma imperial. Nuestro hotel, el Venetian, con su reproducción indoor del gran canal, no ha hecho mas que confirmar la impresión de que Las Vegas es una especie de fusión entre Lloret de Mar y Port Aventura, pero multiplicado por cien. Y los precios... y los casinos... aquí no somos turistas, somos monederos andantes.


Para empezar, una vez aparcado el coche, la única manera de llegar a la recepción es pasar por el Casino. Todo el complejo hotelero es como un gran laberinto, diseñado para que te pierdas en sus tiendas, sus restaurantes y sobretodo, para que te dejes el jornal apostando. Y en el exterior, para cruzar algunas calles la única manera es a través de unas pasarelas que muy convenientemente te conducen al interior de los centros comerciales.


Por la noche hemos salido a dar una vuelta, hemos visto las famosas fuentes del Bellaggio, que a cada rato danzan al ritmo de una canción diferente. También hemos entrado a chafardear a algunos casinos. En el Flamingos, por ejemplo, hay varias mesas de juego en que las croupiers reparten las cartas en lencería fina. Lo que sea para desplumar al personal. En las aceras, cada 15 metros hay alguien que te da unos cromos en que unas chicas, que están "deseando conocerte", se presentan en 20 minutos en tu habitación, por 35$, para un servicio completo.


Hay muchas cosas más a comentar, pero hoy estamos reventados y no soy capaz de escribir nada más. Mañana veremos la ciudad de día y ya intentaré explicarla un poco mejor, pero nuestra primera impresión es la de estar un poco fuera de lugar. Por lo menos hacer de observador del personal resulta interesante.



Día 15: El Gran Cañón del Colorado
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Día 17: Las Vegas sin neón
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